Siempre que nos propongamos a entender un tema o término bíblico, tal como la iglesia, debemos empezar en algún pasaje bíblico de referencia primaria. Nos ayuda preguntar: ¿En dónde aparece esta palabra por primera vez, y en qué contexto se la utilizó? Sorprendentemente, la primera mención en el Nuevo Testamento de la palabra iglesia no brota de la pluma del apóstol Pablo. Pedro no acuñó el término; ni tampoco ninguno de los otros apóstoles. Fue Jesucristo.
“Edificaré mi iglesia,” prometió Jesús (Mateo 16:18). Examinemos las implicaciones de esas palabras, en esta “referencia primaria.”
Hay por lo menos cuatro observaciones esenciales que podemos ver en este pasaje:
“Yo”. Jesús dijo con toda claridad desde el principio que la iglesia según Dios la propuso tendría a Jesucristo como su arquitecto. No se equivoque en esto; Cristo es el originador de la iglesia. Fue Su idea. Él la protege. Él la guía. Solo Él es su Cabeza.
La palabra mira hacia el futuro. Jesús no dijo: “he edificado,” ni siquiera: “estoy edificando,” sino “edificaré.” La iglesia todavía estaba por comenzar cuando Jesús pronunció este enunciado; era una promesa para el futuro, y un futuro muy cercano. Para cuando Él pronunció estas palabras, Pedro y los demás discípulos no tenían ni idea de lo que “iglesia” quería decir.
El término edificar sugiere no sólo un principio sino también un proceso continuo. Si usted sabe notación musical, piense de una marca de crescendo encima de la declaración de Jesús. Trate de imaginarse la emoción y energía en la voz del Maestro, al comunicarles el futuro a estos discípulos. La iglesia empezaría en un cierto punto, y entonces crecería y crecería . . . y seguiría creciendo. ¿Por qué? Porque Jesucristo la iba a construir. Él la agrandará y formará como le plazca.
La palabra mi afirma propiedad y autoridad. No solo que Cristo es el Originador de la iglesia y su Edificador . . . también es su Cabeza (véase Colosenses 1:15-18).
Es esencial preguntarnos, como yo trato de hacerlo: ¿Es Cristo la Cabeza de nuestra iglesia local? ¿Tiene Él el primer lugar en nuestro ministerio? ¿Es todo lo que hacemos en cuanto a Jesucristo, o nos hemos deslizado de ese enfoque singular?
Para guardarnos contra la erosión, debemos mantener a Jesús como Cabeza de la iglesia. Es Su iglesia. Nunca se olvide eso.
Cuando Mateo anotó la palabra de Jesús para “iglesia,” en la primera mención de ese término en la Biblia, escogió la palabra griega ekklesía. Es una palabra compuesta, formada de ek, que quiere decir “fuera, fuera de,” y kaleo, que quiere decir “llamar.” Se refiere a los que han sido “llamados fuera de entre” otros. El término refleja más precisamente una asamblea de personas definida por un propósito distintivo. La palabra ya se usaba cientos de años antes de Jesús, pero al añadir la palabra “mi” al término, Jesús reveló que edificaría Su propia ekklesía: un pueblo definido por fe en la verdad que Pedro acababa de revelar:
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
Ahora llamamos a esta asamblea singular de la que Jesús es la Cabeza, “la iglesia.” ¡Qué valioso es volver al origen de este término y examinar en serio su propósito! ¿Por qué estudiar su origen? Porque allí vemos el propósito de Dios.
Nuestra comprensión y aplicación de lo que la iglesia debe ser se erosionará si no examinamos y mantenemos presente a su Fundador y su cimiento.