Ninguna otra persona en la Biblia, aparte de Cristo, tuvo tan profunda influencia en su tiempo—y en el nuestro—como el apóstol Pablo.
Fue un hombre de firmeza, con una mente, un espíritu y una fuerza de carácter inquebrantables al enfrentar dificultades y peligros tan difíciles. Con paciencia, tenacidad y una valentía inalterable, Pablo llevó a cabo su misión divina con una gran determinación; y Dios lo usó admirablemente para darle un giro completo al mundo en su generación.
Sin duda, en la vida de toda persona admirable hay sorpresas que muchas veces nos desconciertan. ¿Quién hubiera pensado que el gran escritor de la mayor parte del Nuevo Testamento, y quien probablemente ha tenido más influencia en nuestro crecimiento cristiano, haya provenido de un mundo de tal ceguera espiritual y de irracionalidad física? Pero así fue. Por eso él decía ser «el peor de todos los pecadores».
Aunque uno pueda sentirse tentado a suavizar este hecho, es así. Aceptemos lo que él dice de sí mismo. Pablo no estaba tratando de parecer modesto. En su corazón, él se consideraba el peor de los pecadores, y es posible que así haya sido.
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