En este inicio de año tenemos la oportunidad para reflexionar. ¿De dónde venimos? ¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde vamos?, son preguntas que nos permiten meditar en el sentido y dirección de nuestra vida. Hemos sido liberados por Cristo para caminar un camino (Mt 7:14); como dijo el apóstol Pablo, tenemos una carrera que correr y una meta que alcanzar (Fil 3:14-15).

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¿De dónde venimos? 

Esta primera pregunta tiene que ver con nuestro pasado. Con esto en mente, debemos colocar los aspectos fundamentales de nuestro ayer en su justo lugar. Pablo, cuando escribió a los filipenses, afirmó que algunas cosas que significaban ganancia ahora son pérdida, inclusive, algunas son consideradas por él como basura (Fil3:7-8). Esto no significa que nada de su pasado debe ser valorado. La referencia del apóstol tiene que ver con asuntos que dan forma a su estatus; linaje, conocimiento de la ley y celo por su cumplimiento. Todas estas cosas dejan de ser prioritarias, ahora lo más importante para Pablo es el conocimiento de Cristo Jesús. Con todo, el apóstol valora su pasado en cuanto a su inclusión en el Reino a pesar de su indignidad, considerándose a sí mismo como un abortivo (1 Co 15:8). En contraste, la gracia de Dios asigna una nueva identidad en Cristo reconfigurando su estatus en la sociedad en la que vive (1Co 15:10).

Siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo, es menester para nosotros reflexionar en torno a nuestra identidad. De esta manera podremos poner cada asunto de nuestro pasado en la ubicación correcta, teniendo en mente que Dios nos amó con amor perfecto (Jon 3:16), que derramó su gracia sobre nuestras vidas para asignarnos una nueva identidad en Cristo. ¿De dónde venimos? De una vida gobernada por el pecado; pero también de una intervención de la gracia divina que transformó nuestro presente y nuestro futuro y, que nos dio una nueva manera de entender y valorar nuestro pasado. No debemos olvidar que nadie puede separarnos del amor de nuestro Dios (Ro 8:35-3).

¿Dónde estamos? 

Cronológicamente, estamos en el inicio de un nuevo año. Tiempos como este siempre implican una oportunidad para el creyente. Esta es una pregunta que debemos responder reflexivamente. ¿Dónde estaba Pablo? Retomando la carta a los filipenses, sabemos que el apóstol se encontraba preso        (Fil 1:12-14). Con todo y que este escenario no es nada llamativo para cualquier cristiano, Pablo se encontraba en el lugar correcto, sus prisiones estaban rindiendo fruto para el evangelio del Reino y su consecuente crecimiento (Fil 1:12-14). Más allá de las circunstancias adversas, el apóstol se encontraba en proceso de perfeccionamiento (Fil 3:12-13), un proceso que incluye pruebas; pero también resultados. Y no solo esto, el apóstol está consciente de que los hermanos de Filipos, también están en dicho proceso (Fil 1:6).

 

Como creyentes, debemos preguntarnos si estamos en el lugar y tiempo correctos. Más trascendente que el escenario que nos rodea debemos preguntarnos ¿Estamos experimentando el proceso de perfeccionamiento que todo cristiano experimenta en el camino de Dios? ¿Nuestra vida tiene sentido a la luz del llamado de Dios? ¿Estamos corriendo en la dirección correcta? De no ser así, este tiempo es
perfecto para rectificar, para reflexionar a la luz de las Escrituras y tomar decisiones que nos ayuden a rectificar nuestra dirección con integridad y humildad. Haciendo esto, avanzaremos en nuestra participación en el Reino y entenderemos las pruebas y su propósito en nuestras vidas. Inclusive, como
escribe Santiago, tendremos la capacidad de gozarnos cuando atravesemos dificultades ya que todo tendrá sentido (Stgo 1:2-5).

¿Hacia dónde vamos? 

Reflexionando acerca de nuestro pasado y presente tendremos visión, sabremos a dónde ir, tendremos el discernimiento necesario para tomar decisiones con sabiduría. Además, visualizaremos mejor nuestra meta. Tal como el apóstol Pablo, nuestras prioridades estarán en orden (Fil 3:12-14). El apóstol dedica todo su esfuerzo para llegar a la meta, él sabe que no puede tener dos prioridades, su prioridad
es su llamado. Pablo sabe que, como dijo Jesús en la montaña, “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6:24). No puede dejarse fuera el incentivo, a saber, “el premio del supremo llamamiento” (Fil 3:14). De igual manera, debemos tener nuestras prioridades en orden. Para esto debemos reflexionar en nuestro llamado, el motivo por el cual Cristo no asió. De ahí nuestro caminar, o si se quiere, siguiendo la metáfora de Pablo, nuestro correr, tendrá sentido y propósito. El incentivo ofrecido por Dios es trascendente, es escatológico porque va más allá de la muerte. El premio prometido por el Señor traspasa el umbral de la muerte, incursiona en la eternidad. Nuestra meta es nuestro norte, la prioridad de nuestra vida. Si corremos hacia ella, cualquier prueba aportará crecimiento y cumplirá propósitos del Reino, estaremos cumpliendo con la misión de Dios.

En este inicio de año, sigamos hacia la meta. Feliz y bendecido 2024.

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